martes, 22 de octubre de 2013

Luna Nueva, No. 39, Octubre 2013. Ensayos de María Clemencia Sánchez y de Víctor López Rache.

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Publica y difunde NTC … Nos Topamos Con 
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VIENE DE: 
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Morada al sur: Un nuevo mapa de la poesía colombiana
María Clemencia Sánchez*
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La felicidad de las antologías
Víctor López Rache*
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LUNA NUEVA
Revista para nocheros

Ómar Ortiz Forero
DIRECTOR
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Morada al sur: Un nuevo mapa de la poesía colombiana

María Clemencia Sánchez*
 Luna Nueva, No. 39, Octubre 2013. Páginas 22 a 24

 La revista de poesía Luna Nueva ha construido entre 2007 y 2012
uno de los proyectos más inquietantes de reflexión en torno a la poesía
colombiana gracias a los números conmemorativos ** por los 20 y 25 años,
respectivamente. En ambos números ** la revista ha hecho una propuesta
inusual en nuestro medio que ha consistido en la convocatoria de un
amplio grupo de poetas-de diversas generaciones con el fin de elaborar
a manera de caleldoscopio el nuevo mapa de la poesía colombiana. El
ejercicio de selección de diez poemas por poeta a partir del vasto corpus
de los últimos cien años, de poesía en nuestro país, lejos de ser una pro-
puesta académica, ha tenido la virtud de construir una reflexión plural y
muy personal sobre los momentos más memorables de nuestra tradición
poética, trazando sin pretenderlo una cartografía discontinua de nombres
y voces que son recuperados en el marco de una breve e íntima reflexión.

Para 2007, cuando la revista cumplía 20 años de heroica existencia,
se reunieron en este número 11 poetas que construyeron simétricamente
11 miradas de la poesía colombiana, siendo este el primer ejercicio que
más tarde, en 2012, convergiría en un nuevo número, esta vez con la
presencia de 17 poetas y sus respectivas apuestas. Al revisar ambos nú-
meros lo que se observa es un proceso de reconstrucción de un canon y
una tradición dispersa que vuelve a pensarse en el aporte personalísimo
de cada poeta convocado. Creo que si alguna virtud ha tenido este ejer-
cicio conmemorativo es justamente ese: las reconsideraciones canónicas
y de líneas de tradición que se van trazando entre una elección y otra.

Cada poeta abre un-territorio que es, como lo ha señalado Lucía Estrada
en la revista de 2007: "una región íntima de una lectura personal". En
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esas regiones íntimas y personales se van haciendo transparentes unos
intersticios comunes que ponen de manifiesto la fuerza reiterada de unos
nombres que se vuelven en el largo plazo, regiones revisitadas, lugares
imprescindibles. Tal es el caso de Aurelio Arturo, tal vez el poeta más se-
leccionado y cuyo nombre y obra comienza a ser un ineludible punto de
partida en cada pequeña antología personal. No sé si me equivoco pero
después de repasar ambos números de Luna Nueva, Morada al sur pare-
ciera trazar un antes y un después, como si ese mítico lugar que nombra
una bucólica armonía superara contundente la noche de murmullos y de
alas de Silva. Hemos pasado de un siglo a otro indicando en ese tránsito
la superación de una instancia de amor imposible y desasosegado a una
que es sosiego y equilibrio, lugar vasto y primigenio. Lo misterioso de la
obra poética de Arturo reside precisamente en esa ansiedad que genera
en casi todos los poetas convocados en ambos números pues -salvo
acaso en tres o cuatro casos- su nombre ha sido recurrente y el criterio
señalado ronda sin duda la fundación de un lenguaje cuya musicalidad
resulta inédita entre nosotros y contiene la clave misma de su poética.
Dice en este sentido Juan Manuel Roca: "Canción del ayer de Aurelio
Arturo [es] uno de los más bellos poemas, que hablando de la música es
música en sí misma [ ... ]". Por su parte, Miguel Méndez Camacho acota:

"Arturo es maestro de muchas generaciones [ ... ] su descripción del pai-
saje es única, por la economía en las palabras y en su adjetivación. Las
cosas suceden con la misma serenidad con que se mueven los árboles
dentro de una postal".

El nombre de Arturo parece instalar una piedra fundacional y reordena
el espacio poético en Colombia pues más allá de Morada al sur hay unos
nombres que son herederos de su estética sutil y antes de ese único e
inquietante libro, hay unos nombres que lo anteceden justamente como
preludio de una tradición resumida acaso en ese libro. La voz de Arturo,
recordemos, es la voz más insular de toda nuestra tradición poética. Sin
grupo ni excesos, el vate nariñense es el único, al decir de Samuel Vás-
quez, que entre nosotros ha conocido y practicado la virtud del silencio.
En torno a Morada al sur, diríamos entonces, nuestra poética halla su
punto de luz y de silencio. Allí la musicalidad modernista de nuestro poeta
finisecular decimonónico vuelve a encontrar un nuevo aire, esta vez no
en la nupcial alcoba, sino "entre maderas, entre resinas/ entre millares
de hojas inquietas ( .. .)". Se reconfigura la tradición poética nuestra en ese
misterioso y solitario libro, pues en Morada al sur parece estar contenida
a la vez nuestra adusta y anacrónica vanguardia toda vez que su musica-
lidad modernista no es desborde ni fantasía verbal sino su contrario: una
contención verbal en medio de una lacónica realidad. Sin este libro sería
impensable la presencia de Gaitán Durán, Cote Lamus, Charry Lara o el
mismo Mutis. Toda la experiencia de nuestra más alta poesía durante la
segunda mitad del siglo XX es impensable sin esa temporada en el sur.

De igual forma, los poetas posteriores a Mito tienen un hilo conductor
que los ata a esa experiencia pues su lección consiste en el silencio. Al
echar una mirada a esos nombres me encuentro con Quessep, Jaramillo
Agudelo, Roca, María Mercedes y aún más cercanos a mi generación
Lucía Estrada, Andrea Cote y Felipe García Quintero. Poetas todos atra-
vesados por el rigor que es la estética de Arturo, signada sin duda por un
cierto ascetismo verbal o la búsqueda de precisión en el adjetivo.

Creo que Morada al sur reconfigura el nuevo mapa de la poesía co-
lombiana, no porque hable de un paisaje que definiría lo colombiano,
como se lo ha querido presentar en algún momento de triste chauvinis-
mo, sino justamente porque sin la presencia de ese libro entre nosotros
no hubiéramos podido escribir el afuera que somos, ese sur que no es
geográfico, sino retiro verbal, temporada en el silencio.
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• Poetisa, ensayista y traductora colombiana, nacida en Itagüí en 1970. Licenciada en idiomas
de la Universidad de Antioquia y maestra en literatura hispanoamericana.

NTC ... Enlace: https://www.facebook.com/MariaClemenciaSanchez , http://www.poetryinternationalweb.net/pi/site/poet/item/7104/16/Maria-Clemencia-Sanchez
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** Nota de NTC …:  Corresponden a dos libros “Antología múltiple: Miradas a la poesía colombiana”  I (2007) y II (2012),  simultáneos con los Nos. 33 y 38 de la revista. (I: http://ntc-documentos.blogspot.com/2007_04_26_archive.html . II:  http://ntc-libros-de-poesia.blogspot.com/2012_11_24_archive.html )
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La felicidad de las antologías
Víctor López Rache*
Fotografía
Luna Nueva, No. 39, Octubre 2013. Páginas 26 a 30

Una antología múltiple cuestiona el espumoso poder de las antologías
tradicionales, vuelve la palabra plural y desplaza el desequilibrio de la
visión omnímoda. En dos versiones Luna Nueva ** ha ofrecido 28 posibi-
lidades. Son 28 arrogancias menos, 28 odios menos, 28 favores menos.
La revista le ha dado la oportunidad de dar su mirada a poetas, críticos,
profesores que jamás serían tenidos en cuenta para una actividad tan
excluyente y muchas veces tan sobrada de arbitrariedad que se aleja de
las dimensiones del mundo y de la poesía. Si una antología selecciona
lo mejor, ¿pueden imaginarla autoridad del poderoso ojo de un antolo-
gista? Esa luz adversa, aquí, ha sido sustituida por 28 miradas de matices
autónomos y hasta contradictorios. Las 28 desbordan la capacidad del
gran ojo y, en consecuencia, se acercan a lo humano. Ello les ha dado la
posibilidad de expresar un desequilibrio menos sometido a los caprichos
e intereses del elegido a dar fe de la esencia de la flor suprema. Una
antología es más que un asunto de voluntad. Como la escritura, también,
es una trasformación emocional y espiritual que revela la existencia de
los tonos diversos de una lengua.

Los invitados a conformar una antología múltiple no pueden obrar
con la ceguera capciosa de la autoridad. Serán más cuidadosos; pues la
medida está en la sección anterior o en la siguiente. Los poemas elegidos
podrán ser superpuestos. El vacilante equilibrio dependerá de 28 balanzas
y no de una concepción vertical. Los diez poemas seleccionados pondrán
de manifiesto los conocimientos literarios del antologista, sus limitaciones
como ser independiente, su astucia para intercambiar favores; en fin,
pondrán en evidencia su formación integral y la manera como percibe

el mundo y la creatividad. Una buena parte de los antologistas de Luna
Nueva son jóvenes. Ello tiene mérito. En el arte se debe ser cuidadoso
con los autores que comienzan. Tienen toda una vida para realizar una
obra que muchos de nosotros ya no podremos corregir. Tienen tiempo
para cambiar de opinión. Escuchar a un antologista mayor cambiar de
opinión, simplemente, sería asombroso. El juicio de un joven puede ser
menos preciso; pero más sincero y menos dócil con las posiciones cerca-
nas a la estrechez de los grupos. Grupos porque, inspirado en el cinismo
de los banqueros, el estamento literario descubrió mejores beneficios en
narradores obedientes y libretistas sanguinarios y, como si reconociera la
naturaleza digna de la poesía, dejó de captar a los poetas.

¿Por qué es tan importante una antología múltiple? Sencillo: la
unanimidad es peligrosa. Un país adicto a una voz literaria corre el riesgo
de quedarse mudo. Y en Colombia es una tradición rendirle homenaje
a lo único. El poeta nacional es Julio Flórez, y cuando él murió ya tenía
diez años el poeta internacional: Eduardo Carranza. Desaparecidos
los promotores de su
elocuencia oportunista,  
las nuevas generaciones
pudieron entender su
gritería y los ha ubicado  
en un lugar distinto a
los que merecen las
mentes creativas. La
desgracia de tener una
sola voz sucede cuando
el oído se libera de los
parlantes oficiales y
ni siquiera oye ecos.
Lo mismo ocurre con
la novela: antes de
1900, María; después
de 1900, Cien años
de soledad. Hasta la
naturaleza colombiana
imita el culto a la figura
única. El café no resis-
tió la prueba y le cedió

el turno a la coca y, cuando los años venideros den su veredicto, nos
quedaremos con el desierto; pues la coca será de marca extranjera. Pero
un sistema excluyente prefiere adorar una figura antes que estimular las
voces contradictorias de la pluralidad. Ni siquiera las mentes insensatas,
como la mía, escapan a la tradición. Cuando Luna Nueva me invitó a
escoger los 10 poemas del siglo XX mis amigos recordaron mi actitud
generosa con la poesía: volver dos poemas uno para incluir once míos.
¿Mis predecesores, acaso, se inspiraron en la belleza trascendental de
mis versos? ¿Y los posteriores, acaso, han podido descifrar los mundos
misteriosos que subyacen en la trasparencia de mi galaxia literaria? La
confianza en mis saberes me tiene sin moral. Di por hecho que ningún
poema de los nadaístas podía satisfacer las expectativas del siglo; pero
en la selección de mis compañeros no sólo vi poemas del nadaísmo, si
no de piedra y cielo. Mi sobradez me dejó prisionero de una culpa que,
gracias a mi falta de vocación cristiana, nunca me será perdonada.

El antologista se ubica en la cima donde el brillo autoritario de su gran
ojo le impide ver, comparar, analizar, preguntar. Hay una disculpa: se
publica poco; lo poco, circula menos; lo que circula no se lee. Entonces,
incluye a aquellos textos que no asfixien a sus piezas aplaudidas por
la misma mano; a sus aduladores, a los compañeros de lecturas, a los
cómplices de coctelito -coctel es para la narrativa- ya los amigazos de
viajes nacionales e internacionales. El terrible turismo literario tiene la fatal

propiedad de poner en contacto a los enemigos en la escalera del avión
y de volverlos íntimos en las ciudades extrañas. También hay una fórmula
para excluir a los demás: anular el propio trabajo. En el caso de antología
múltiple ningún poeta ha seleccionado un poema de su autoría. Y no puede
ser de otra manera. Los autocríticos menos bravos con su talento, en voz
baja, dicen: en Colombia hay sólo un poema de amor, y uno solo sobre la
violencia. Los autopoetas en ascenso afirman: sólo hay un verso; pero les
parece poco maravilloso y no lo citan de memoria como lo hacen con los
de las lenguas de importancia comercial. Y los sabios en los gustos de las
mesas exquisitas sentencian que en Colombia la poesía no existe. En esta
cadena de afirmaciones, del mismo orden, por décadas fueron ignorados
Aurelio Arturo, Carlos Obregón y Héctor Rojas Herazo.

Si alguien se atreve a cuestionarles la falta de conciencia literaria, a
todos los salvan dos frases: "¡Es mi personal visión poética!" "EI único
que merece una antología es el poema que ha sobrevivido cien años la  
muerte de su autor". La visión exclusivista da paso a la totalizante. El
ávido de amplitud incluye a quienes su propia vanidad jamás les habría
permitido imaginar un texto suyo en una antología . Debe cultivar deudo-
res que no dejarán caer su nombre en los espinosos peldaños del futuro.
Hace unos años, un antologista enviaba a impresión los originales y había
descubierto tantos versistas que las páginas iban atadas con una cadena
de fibra plástica. En el lanzamiento los presentes no encontraban dónde
colocar los kilos de poesía para disfrutar el vino y los pasabocas. Resultado
definitivo: ¡qué mal gusto el de este señor!, leyendo sus poemas decían
los mismos incluidos. Aunque merece un estudio largo y profundo, no
sobra mencionar las antologías como espléndidas trasmisoras del amor.
Un día olvidé el estilo bogotano y le pregunté a otro antologista, ¿quién
es esta poeta? Tan molesto como sorprendido acentuó su tono universal:
"Bueno, en realidad, ella no ha publicado; ¡pero tiene un cuerpazo!" El
temor a nuevas preguntas de inoportunos le impidió consagrarla; pero,
luego, en la velada, le explicaría que el analfabeta del editor había ex-
cluido sus joyas junto con los versitos de otros autores que, en realidad,
él había censurado porque en antiguas reuniones le habían distraído
sus candidatas a poeta. Los temblores súbitos de la blusa manifestaron
dudas cósmicas; pero la persuasiva voz de él rozó el alma desencantada,
tranquila, la poesía tiene muchas posibilidades; ella volvió a recobrar el
aliento y con esa sonrisa suya, ¿invitaciones al exterior o vas a ser jurado
otra vez? Dos brazos se abrieron y el cuerpazo comenzó a poetizar.

Los antologistas emprendedores son de olfato práctico y ni siquiera
meten a los autopoetas de su círculo. Las usan para adornar sus cargos,
ascender, agregarle una publicación a la hoja de vida. Por ejemplo, si
la marca de la institución le ha disecado las emociones poéticas a un
maestro, en las madrugadas pondrá el retrovisor interno y la angustia
filosófica que le produce la trascendencia insustancial de tan meritoria
labor, lo pasará del insomnio a la iluminación y se levantará gritando:
¡puedo ser antologista! Sumiso a las apestosas leyes de las revistas in-
dexadas acomodará aburridas notas a los textos de esos diletantes faltos
de la profundidad del aula y, obvio, el resultado será igual: unos punticos
más para la urgente pensión.

¿Para qué poetas, intelectuales y antologistas, si repetimos las artimañas
de los infames del poder? La aceptación cómplice de semejante tradición
ha contribuido a que las antologías superen a poetas, críticos y editores
juntos. Hay nacionales e internacionales; nacionales, regionales, depar-
tamentales, distritales, municipales, grupales. Pagas, subsidiadas, gratis.
Masculinas, femeninas, y demás. De consagrados, en ejercicio, iniciados.
Temáticas, raciales, risibles. De prosa, verso; verso largo, corto, y en todas
sus combinaciones. Políglotas, bilingües, mudas. De profesionales del
exilio, de anarquistas oficiales, de antipoetas, de equilibristas. Hay viven-
ciales, de supervivencia ¡y de vivos! ¿Por qué tantas antologías? Sencillo.
La concepción vertical ha cedido el espacio a todos los que permanecen
en disputa gracias a sus semejanzas. Y en tan pomposo mosaico de aler-
gias, el triunfador ha sido el oportunismo. Y al buen oportunista no le
importa convertir la dignidad ajena en valor, el valor en precio y, a veces,
el precio le sale tan cómodo que sólo le basta multiplicar la vanidad de
arribistas, egoístas e ingenuos.    
   
Claro, en una sociedad injusta con la cultura y enemiga natural de la
creatividad, las numerosas antologías son necesarias y hasta medicinales:
todos los que escribimos tenemos derecho a una porción de inmortalidad.
Y, en el anonimato total, acariciamos sus bordes cuando vemos poemas
nuestros, al menos, en una Antología Múltiple.
-- 
• Poeta y ensayista. Premio Nacional de Poesía Imaginación para un nuevo milenio, Premio
Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá y Premio de Poesía Universidad Extemado de Co-
lombia. Algunos títulos de su autoría: Sin espejos, La casa y Otra orilla de luz.

NTC ... enlace: http://ntc-libros-de-poesia.blogspot.com/2013_02_24_archive.html
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** Nota de NTC …:  Corresponden a dos libros “Antología múltiple: Miradas a la poesía colombiana”  I (2007) y II (2012),  simultáneos con los Nos. 33 y 38 de la revista. (I: http://ntc-documentos.blogspot.com/2007_04_26_archive.html . II:  http://ntc-libros-de-poesia.blogspot.com/2012_11_24_archive.html
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 Publica y difunde NTC … Nos Topamos Con 
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